En enero de 2018 Podemos solicitó formalmente la celebración del debate de estado de la nación. Ya entonces el sanctasanctórum de los combates políticos no aterrizaba en el Congreso de los Diputados desde 2015, antes de que el partido lograra por primera vez representación parlamentaria en las elecciones generales del 20-D.

«Estamos en 2018 y el Gobierno del PP no lo ha convocado desde entonces. Pensamos que no hay excusa», decía entonces Iglesias y señalaba, con lógica parlamentaria y democrática, que era costumbre que el debate anual del estado de la nación se celebraba puntualmente desde 1983. Con Iglesias ya fuera de la política y, siete años después, seguimos sin debate en la sede de la soberanía popular, aunque es previsible que se celebre el 12, 13 y 14 de julio.

De nada sirvió que el ex líder de la formación morada se sentara junto a Sánchez como socio del Gobierno y a pesar de los reclamos de otros líderes políticos, como el desaparecido Pablo Casado.

Desde aquella reivindicación política, y propia de la esencia democrática, hemos pasado varios eneros sumergidos, sí, en una pandemia que aún ocupa a nuestros hospitales, aunque poco ya a nuestros políticos. Ahora, nos hallamos inmersos en una guerra cruenta y una crisis energética que puede cambiar el mapa geopolítico mundial y las prioridades de muchos Gobiernos.

Ni el Gobierno ni el Presidente Sánchez se encuentran en el mejor momento para demostrar fortaleza y liderazgo

También hemos padecido una lista interminable de elecciones: 2015, repetición 2016, 2019 y repetición en noviembre de ese mismo año. En ninguna de las citas electorales se logró la ansiada mayoría absoluta ni mucho menos un gobierno fuerte. De 2016 a 2018 Rajoy dependía de Cs y PNV y, de 2019 a 2021, Sánchez depende de Unidas Podemos y de los partidos independentistas como Esquerra, PNV o Bildu con quienes el partido del Ejecutivo anda de fricciones por su posicionamiento en la guerra, por temas de género varios, temas de espionajes y otros temas de geopolítica energética.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene ante el Pleno del Congreso.


Ni el Gobierno ni el Presidente Sánchez se encuentran en el mejor momento para demostrar fortaleza y liderazgo, pero si hacemos uso de los argumentos de Iglesias, ni la falta de mayorías absolutas, ni la inexistencia de gobierno fuerte, debería servir como excusa para evitar la celebración de la democracia. Es cierto que es prerrogativa del gobierno convocar este debate y que el hecho de no hacerlo no implica sustraerse a la acción de Gobierno, como sucede con las incomparecencias en las sesiones de control, pero no hacerlo implica atentar contra la presunción de inocencia de un Gobierno que se dice transparente y cercano con el ciudadano.

El ciudadano Sánchez, que ha comparecido hasta la extenuación durante la crisis del Covid-19, debería comparecer y rendir cuentas de lo hecho hasta ahora. Un ciudadano frente a otros.

Este debate no es solo uno de los grandes momentos de la vida política española, un instrumento de control, y un combate necesario para revitalizar una democracia que, desde hace años, se mide en la urgencia. La urgencia de reconstruir la economía con unos Presupuestos aprobados y una reforma fiscal pendiente de rúbrica. La urgencia de rescatar a las familias. La urgencia de recuperar la democracia pese a la fatiga ciudadana. La urgencia de recuperar la normalidad política más allá de la alarma y de los insultos habituales.

Urge recuperar el país y el debate del estado de la nación para restablecer (o normalizar) la normalidad de la vida política


Es esta urgencia la que ha entronizado otro concepto en nuestro vocabulario político: la normalización. Normalizar las comisiones en tiempos de pandemia. Normalizar a la ultraderecha cuando no hemos sido incapaces de impedir su entrada en las instituciones. Normalizar el espionaje de todos los estratos sociales cuando lo normal es tener en el punto de mira a elementos subversivos o criminales que atentan contra el Estado de Derecho. Normalizamos el apoyo de la oposición mientras los socios se convierten en opositores. Normalizamos las listas de espera tras el despido de miles de sanitarios a pesar de las promesas de crear una Sanidad más fuerte y resistente que nunca. Normalizamos las colas del hambre cuando la economía es uno de los temas claves de todos los discursos y, en casi todos ellos, la coartada perfecta para buscar responsabilidades en un entorno supranacional, europeo y mundial.

Este mes de junio se han cumplido cuatro años del primer Gobierno de Pedro Sánchez, toda una legislatura, tras la moción de censura a Mariano Rajoy, entonces Presidente, por la corrupción de su partido. Quizás Sánchez recuerde su propia participación, como líder de la oposición, en el último debate de estado de la nación. Ha transcurrido ya toda una legislatura. Urge recuperar el país y el debate del estado de la nación para restablecer (o normalizar) la normalidad de la vida política, aunque Feijoó, el principal líder de la oposición, lo vea desde el sillón de invitados.